Resumen: MENOR O IGUAL QUÉ.
Los arquitectos, habitualmente aficionados a la matemática sencilla, a los enteros más que a los quebrados, a los módulos, las series, los ejes, las simetrías y las transparencias, admiramos ese oximorón miesiano de ¿menos es más¿ que es, también, el sumum del expresionismo elemental. Y tal vez la arquitecta Elisa Valero, cuya obra autodenominada menor tengo el honor de glosar con estas letras, milita también en este orden de ideas.
Educada a partes iguales entre el rigor y la sensibilidad, hace del primero un ejercicio de precisión y cierta humildad y, de la segunda una práctica ¿más instintiva que intuitiva- de naturalidad y buen gusto.
Claro que los antecedentes académicos que la adornan (de los familiares no es necesario hablar) han sido cultivados con tanto mimo como esmero. Y que la trayectoria de prematura madurez que ya hoy la caracteriza no es fruto del hazar sino de la cultura del tesón y del esfuerzo.
Hay algo de transhumancia, de buhonera de raro postín, que ha guiado su andar arquitectónico, como una magia anclada en el sistema métrico decimal, deudora de Leonardo y del modulor de Le Corbusier, que se reconoce en los guiños más amables que salpican los espacios, las atmósferas, que son seña de identidad en sus creaciones.
No seré yo (ni tampoco lo será Plácido Arango) quién escatime un elogio para la obra de esta mundana arquitecta afincada en Granada. Ni será el lector capaz de encontrar debilidad alguna en el calificativo universal que me atrevo a anteceder a su oficio; por el contrario reconocerá en el disfrute de la arquitectura que sale de su tablero, cuánto de biográfico hay en la misma y cuánta cultura contienen sus trazos.
De la caja metálica que encierra la venta del medicamento al secuestro del sol bajo una parra del Albaicín, desde el juego sabio entre exterior e interior ¿ese ADN heredado del movimiento moderno, del racionalismo en suma-, de la apropiación legítima que sobre el espacio urbano ejerce el doméstico, que caracteriza la intervención en la clínica dental, caja a caja (de cristal).
Y cuánta dulzura al reorganizar el espacio de un viejo convento que, bañado por una nueva luz, aumenta en calma mientras crece su confortabilidad.
De esa pasta está hecha esta joven arquitecta que ya colecciona premios y éxitos profesionales sin abandonar docencia e investigación siempre ligadas al proyecto de arquitectura. Becada en Roma y profesora visitante en numerosas Universidades extranjeras, se ha ocupado de la vivienda social y de la bioclimática, de la intervención en el patrimonio, de los equipamientos, sin abandonar su producción de textos entre el ensajo, la crítica y la lección.
Y ahí está, para mi satisfacción, en las últimas páginas de esta publicación, ese rincón de su estudio, ventana, mesa de trabajo, silla popular y un libro abandonado a un falso descuido, en el que es más fácil identificar un pórtico que su propio título. Y que es como un autoretrato de su autora.
El discurso lectivo del Taller H se creció con sus lecciones como se crece hoy su patrimonio cultural con la aportación de estos cuatro trabajos que contiene este nuevo H20³. Y poco puedo yo añadir a los sutiles comentarios que Elisa Valero hace acerca de las fotografías que ilustran su trabajo.
José María Lozano Velasco. Catedrático de la Universidad Politécnica de Valencia.